crónica de un suicidio anunciado

 (He leído un par de veces a garcía márquez pero no tengo ganas de seguir haciéndolo lmfao. Sólo pensé que debería poner esto como un apartado)


¿Me he muerto sin darme cuenta? ¿Cumplí mi propósito de aquella madrugada de noviembre en ese baño del bar en donde estaba? Todas las pastillas, ¿Me las tragué o genuinamente las vomité? O quizás fue antes. Quizás me morí en la carretera camino a firmar mi contrato de plaza. Quizás me morí en ese temblor de la cdmx, quizás no bajé bien las escaleras, en la prisa por salir del departamento me tropecé y rodé cinco pisos. ¿O habrá sido antes? ¿Me morí de miedo en aquella casa embrujada de guanajuato? Me morí intoxicada en uno de sus callejones, durante el festival de las flores. Me ahogué en mi propio vómito en aquella fiesta hetera. O fue algo más violento, más brutal: La policía me desapareció a mí y a mis acompañantes esa madrugada que nos detuvieron. A lo mejor Rodolfo o Ángel decidieron quitarme la vida después de retirarles mi compañía. Quizás me ahogaron en esa albercada de fin de cursos. Quizás me atropellaron cuando no frené a tiempo la bicicleta.

Cuando tenía seis años estuve a punto de ahogarme en una alberca por una travesura, un juego de niños. A veces pienso en ello y pienso en lo diferente que habría sido todo si sí me hubiera muerto ahí. Si no me hubiera aferrado a salir a la superficie. ¿Por qué quería tanto vivir? Supongo que el instinto de la supervivencia se activó y me dio poderes, a los seis años rara vez tienes crisis existenciales lo suficientemente fuertes como para querer borrarte de la humanidad. Lo que es innegable es que ese accidente me cambió: En ese momento y los años posteriores no me detuve a considerar lo que había significado para mí, de un momento a otro, terminar boca abajo sobre agua con cloro. Algo de eso moldeó mi visión de la vida y de mis experiencias, hasta ahora puedo procesarlo o verlo así.

Vivir sólo para que otres no sufran, qué manera más estúpida y patética de perder el sentido de todo.




Cuando tenía quince años pensé en suicidarme. No sólo lo deseé, sino que realmente empecé a planificar algo. Mis razones para hacerlo, considero yo, eran serias y lo siguen siendo. Tal vez si eso que viví me pasara ahorita antes de caer en la desesperación buscaría la manera de solucionarlo pero sin duda si no se pudiera lo volvería a considerar. 

No lo hice. Todo se quedó en mi mente pero eso me hizo dar cuenta del poder que mis emociones tenían sobre mí. La intensidad con la que vivo las cosas eventualmente iba a llevarme a mi muerte y yo decidí estar en paz con eso. Como si de una enfermedad terminal se tratara.

Luego a los veintiuno pude comprobarlo.




 A nadie le gusta cuando hablo de esto. Es un tema tabú en esta sociedad pero además porque creo que en el fondo temen que me detone y que esta vez sí se cumpla. 

Yo pienso en ello mucha parte del día. Pienso en lo diferente que sería la vida de la gente que me quiere, pienso en lo mucho que me perdería si dejo de existir en media hora y lo mido, lo balanceo y por lo general la respuesta es que todavía debo experimentar un par de cosas más, de vivirlas. Por lo general.

También pienso en lo patético que es vivir por estar anhelando algo. Como vivir en un futuro improbable. ¿No deberíamos querer vivir por el hoy, porque estamos cómodes con lo que tenemos y lo que somos? ¿O es así para todes?

vivir por la esperanza del todo.

¿No es eso más patético que vivir para que los tuyos no sufran? 



¿Por qué vives? ¿Por qué mueres? 

¿Por qué mi aburrimiento no es razón válida?

Tanta gente que se está muriendo cada día deseando vivir y yo con un cuerpo sano y una casa y acceso a internet y con amistades y con club de lectura y con tantos planes ya no. Es hasta cruel considerarlo.

Si me suicido -cuando lo haga- procuraré hacerlo de la forma más cuidadosa para que puedan donar todo lo que pueda ser donado de mis restos. Por el momento sólo me queda encontrar esa forma.


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