la carta de amor que nunca enviaré

 11 de agosto del 2025

 

Desde que nos dijimos adiós, o más bien, desde que yo te lo dije a ti, he intentado -sin éxito- exorcisarme de ti. Lo he intentado tantas veces, lo he hecho de tantas maneras y siento que por más que lucho contra esto más se aferra a mí.

Tú no eres un fantasma que se quedó vagando en mi casa, o en mi vida. Esto se siente más bien a las secuelas de una posesión demoniáca. Sólo yo, la poseída, puede sentirlo en carne viva. Sólo yo sé lo que viví. Sólo yo sé cómo quedé. Para el resto de la gente cuyas ideas se limitan a mi apariencia podría aparenter sólo una crisis de los treinta, un episodio depresivo, una falta de voluntad, una pérdida de rumbo, una cuestión de flojera.

He aprendido a encontrar consuelo en este duelo, que es un ciclo aparentemente interminable. Me gusta sufrir así porque sólo así me consta que lo que pasó fue real pero un poquito demasiada de mi atención en el asunto y me caigo por la madriguera del conejo y regreso al mismo lugar: Al no poder decir adiós del todo. A la solitud. A la insatisfacción.

Podría detallarte cuándo fue la última vez que miré a alguien con decepción al darme cuenta de que no eras tú. Cada una de mis relaciones, de romance o amistosas, fallidas, inconclusas, tormentosas, reales o fantasiosas. Podría detallarte cada lugar en el que he buscado algo o alguien para suplir tu lugar y lo más cercano a ti es el alcohol: Ese tremendo subidón de alegría y energía que me marea, me transforma, me devuelve la vida que en horas me abandona y la resaca es mortal, es cruel, es agónica y luego viene la culpa. Así se sentía estar contigo.

Nada de esto lo inspirabas tú, sino lo que yo era para contigo. Tú no hiciste nada malo, nunca lo hiciste, nunca lo harás, porque incluso aunque decidas no volver jamás yo ya me convertí en experta en dar maromas para justificarte, para extenderte mi completa absolución. 

Si leyeras esto te asustarías, creerías que por fin he perdido la cordura. Cordura nunca he tenido, nunca me ha interesado conservarla al menos.

El mundo en el que crecimos, el que nos juzgó, el que te envenenó, mantener la cordura sería un signo de mi enfermedad, la enfermedad ajena del miedo a lo que no entiende. Prefiero hundirme en mi locura.


No hay manera de comunicarme contigo. No sé dónde estás, no sé cómo buscarte, sólo te encuentro en mis sueños. A veces llegas por tu cuenta, a veces tengo que picarme el cerebro para detonarme el estrés post-traumático para verte. A veces eres amable -por lo general es así-, a veces me hieres, me haces llorar. Al final no importa nada de eso porque al despertar el resultado es el mismo: El vacío. El eco. Un rugido gutural que nace desde mis entrañas gritando, exigiendo tu regreso.

"Vuelve".


¿Pero yo quiero que vuelvas? ¿Tú quieres volver?

Han pasado al menos tres años, dos años, un año, una vida desde que nos hablamos. Te desvaneciste de mi vida tan silenciosamente que ni siquiera estoy segura de que te hayas ido del todo. 

Estoy loca y sola, no me hagas mucho caso, alucino un montón. Pronto los muebles empezarán a contestarme y entonces sí me voy directo con San Pedro o algo.


La gente no entiende por qué estoy así por ti, por qué me obsesionas, me atormentas tanto. Por qué no puedo hacerme de otros amigos, de otros hobbies. Por qué me dejo consumir por el recuerdo de alguien que dijo que me ama y que después se fue. La razón es sencilla:

Toda mi vida viví aislada, sintiéndome ajena a la experiencia humana, como si fuera un alien. Sé que soy rara, sé que incomodo a la gente o que les asusto. Sé que a quiénes no asusto les atraigo en una forma fetichista ("¡Otra manic pixie dream girl que me quitará el aburrimiento de vivir!"), tú fuiste la primera en tratarme como a un ser humano.

Que sí, que tuve otros amigos, otras parejas antes que pudieron ver a alguien valiosa pero fuiste tú la primera persona que no creyó que mi rareza era un defecto sino una virtud. Fuiste la que vio humanidad en mi excentricidad, fuiste la que vio humanidad en mis errores, en mis bordes ásperos. Perdonaste cada uno de mis arañazos, cada uno de las puñaladas que te di con mis palabras. Perdonaste lo que otra gente me hubiera cobrado con creces. Perdonaste y me amaste y aunque no siempre me entendías jamás me hiciste sentir sola.

Eras, eres mi mejor amiga. El otro extremo de mi hilo rojo. Mi alma gemela. El amor de la vida.

Si todas esas mierdas son ciertas y yo apenas tengo treinta años y siento que la vida se me acabó; si todos esos títulos pertenecen a mis manos para entregar, si sólo existe una vida, entonces yo te los doy a ti. Toma los que quieras, tira los que no. Corresponde los que deseés, no me expliques nada más.


Estoy hablándole a la plantilla en blanco de mi blog en este momento. Cierro los ojos e intento recordar tu cara, no quiero olvidarla nunca pero tampoco quiero volver a cometer el error de compartirla con los ojos ajenos que me leen. Escucho la música que alguna vez te regalé, la playlist que cuando escuchaste lo primero que dijiste fue: "Hay muchas canciones de amor, ¿No?".

Y yo me reí, porque era cierto. Y luego te afirmé: El amor se siente de muchas maneras.


Eso es lo que siento por ti. Amor. El amor en todas sus formas, con todas sus responsabilidades y sus culpas. Con todos sus tonos y sus sinónimos. En toda su variación y por más que me pase la vida entera explicando que lo mío por ti no es enteramente romántico, al final tú y yo sabemos lo que vivimos. El nombre que le dimos. Lo que sea que hayamos inventado, una nueva forma de volver loca a la gente.


Tú ya eres otra persona. Tienes una vida nueva, muy diferente a la mía. Seguramente no recuerdas mi cara ni mi voz, ni mi sentido del humor ni mi manera de ser ni mi presencia. 

Yo todavía lidio con esto. Lidiaré con esto lo que me quede de vida. Pero no te sientas culpable:


Prefiero esto, estas secuelas, que nunca haber conocido lo que conocí. Prefiero morirme adolorida por lo que aprendí que ignorante e insensible a lo que jamás supe. Y por eso te agradezco. Y por eso te digo que te extraño, llámame pero no me escribas.


Tuya, Mariana.



Comentarios

Entradas más populares de este blog

Estoy bien

30 (nunca pensé que llegaría hasta aquí)

the one that got away (o sea "el que se escapó")