Unx podría creer que porque me encantan las historias de terror soy inmune al miedo, y por el contrario, quizás sea yo la persona más asustadiza en lo ancho del planeta. Me espanto hasta de mi propia sombra. ¿Entonces qué me atrae tanto a esta parte de la imaginación humana? ¿Es masoquismo, es auto-indulgencia, es adicción a la adrenalina, es penitencia o es genuinamente gusto?
Es consuelo y compañía. Mi historia de niña rara es la misma historia de cualquier rarito en el mundo: El aislamiento, el abandono, y el sentirse ajena a todo. Son las miradas preocupadas de mis familiares cuando me oían hablar desde morrita sobre mis sueños. Son los cuestionamientos de mis amigxs y amantes por mi manera de ser. Es el rechazo y el prejuicio. Ser diferente no como señal de deconstrucción o iluminación divina sino como diana pintada en el pecho para ser cazada. Nadie verdaderamente diferente quiere serlo porque significa vivir en las orillas de la humanidad.
Crecer también en un entorno estrictamente católico y conservador supuso mucho un obstáculo en mi desarrollo, porque antes de aprender a quererme, es más, antes de tener las palabras para nombrar mis experiencias humanas, aprendí a reprimirme. Porque si no lo hablo no existe.
Y si no existe, no lo soy.
Y entonces vi El Espinazo del Diablo, un fin de semana, en un horario nocturno, cuando tenía seis años y a escondidas de mis familiares. La historia de un grupo de niños abandonados en un orfanato que lidian con la presencia fantasmal de un antiguo compañero.
Infantes lidiando no sólo con el horror de la guerra y del desamparo adulto, sino también con una entidad sobrenatural con aspecto terrible. Pero más allá de una historia de terror es una historia de abandono. De tristeza.
Y algo dentro de mí se removió. El deseo de sentirme acompañada, aunque fuera por fantasmas.
Pero no me malentiendan, en verdad me aterran los fantasmas. Me asustan las armas de fuego, y los hombres. Me asustan los monstruos, la oscuridad y las tormentas eléctricas. Me asusta lo desconocido, lo profundo del mar y lo profundo del universo.
Me asusta la muerte y me asusta mucho más la vida y el tiempo.
Y tampoco me malentiendan, ver esa película en una edad tan impresionable y tierna dejó una huella imborrable en mí. Me aterrorizó, soñé con ella los siguientes meses, años y pese a que en ese tiempo vi otras películas del género, nunca ninguna me causó tanto insomnio como ver un infanticidio a todo color.
Conocer la fragilidad de la vida de alguien como yo -unx niñx-, me ayudó de cierta manera para entender las posteriores muertes de mis familiares. Crecí entre funerales, colegios con crucifijos en cada salón, entre panistas y con los libros de temática adulta de mi madre. Encontrar una amistad sincera entre mis pares fue un martirio y después de un par de cambios de escuela, desistí en la tarea.
Quizás estaba destinada a estar siempre sola, ¿Pero saben qué? Eso estaba bien. Tenía mis libros y mis películas y si me aburría siempre podía imaginar y escribir.
A los doce años me rendí.
Y cuando a los catorce años me hice de buenas amistades, tan buenas amistades como se puede ser a esa edad, uno de mis mejores amigos me rompió el corazón cuando sin vacilaciones ni un gramito de consideración me preguntó: "Mariana, ¿Por qué no puedes ser como todos los demás?"
Me tomó toda mi niñez, adolescencia y joven adultez para admitir lo que no quería admitir: Soy una persona particular, eso es cierto. Y también es cierto que no le debo performance de normalidad a nadie. No le debo a nadie hacerme chiquita para ser tragable.
Pero no son cosas que una aprende de buenas a primeras. En mi caso fue un proceso bien largo de darme topes con la pared (A veces algunos topes bien fuertes, que me descalabraron emocionalmente. Y exponerme a traiciones imperdonables) pero el horror siempre me acompañó.
Entonces, ¿Qué encuentro tan reconfortante, por más que sufra de miedo, en estas historias? ¿Qué es lo que la oscuridad, los monstruos y la tristeza que emana de estas historias me proveen que nada más puede?
Quizás el hecho de que siempre me consideré la otra, el monstruo. Yo soy la criatura de Frankenstein, soy la fantasma vengativa víctima de feminicidio. Soy esa niña abandonada luchando contra una entidad cósmica en forma de payaso, soy la adolescente acosada que cuando se harta suelta su poder. Soy la chica lobo después de menstruar por tercera vez en mi vida, a los quince años.
Soy la sangre derramada, soy el silencio incómodo, soy la reciente viuda viviendo el duelo, soy la persona poseída que nadie se toma en serio. Soy el vampiro temeroso de la luz solar, soy la familia disfuncional a punto de quebrarse en medio de un incendio.
Soy la final girl, y soy la criatura monstruosa que todos quieren destruir porque la consideran peligrosa, violenta: El mal encarnado.

Lo soy porque cuando quería hacer el bailable del día del niño con mi amiguita -que me gustaba mucho-, me dijeron que eso no podía ser porque no "era de dios niña con niña".
Lo soy porque cuando me cuestionaron sobre mi "plant based estilo de vida" en la cena familiar, me dijeron "extremista" porque respondí con aplomo que no creo que los animales sean cosas que estén a nuestra disposición.
Lo soy por las veces que me llamaron rara en mi familia extendida y en la escuela. Lo soy porque mi (ex) mejor amiga me dijo que eso era lo que más le gustaba de mí, que fuera diferente.
Lo soy por las veces que me llamaron extraña y "retrasada". Deforme, incómoda, y víbora. Bruja, marimacha y puta.
Y bueno, me tomó veintiséis años asumirlo y aceptarme y encontrar honor en todo eso. Porque sí lo soy, ¿Y qué?
Soy Jason ahogándome porque mi presencia era mínima para mis cuidadores.
Soy Sadako, la vergüenza familiar.
Soy Lestat, aterrorizada por el abandono y con la culpa de "convertir" a mis amantes.
Soy May, rara, sola y necesitada de amor y compañía.
Soy los monstruos, soy la víctima. Soy quién cuenta la historia y soy la oscuridad que aterroriza al lector.
¿Qué dice de mí que encuentre más humanidad, más cercanía a mis experiencias, con historias de monstruos? Quizás nada bueno.
Pero al menos es honesto.
Ultimadamente, quién vive dentro de mi cuerpo y quién se irá a la tumba con el nombre por delante seré yo. En los ojos del monstruo todo se ve maravilloso y digno de ser explorado, ésa es mi experiencia.
Aprendí a hacer las paces con mi naturaleza y estoy en paz con ella. Cada vez que encuentro algo de mí que podría clasificar como monstruoso o poco ético para mis pares, para la sociedad y para la religión, pienso:
Que les valga, lol
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